Web del Acorazado Bismarck
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YO ESCAPÉ DEL BISMARCK

El Matrose Josef Statz (1921-1999), era un joven marinero de 20 años de edad de la central de control de daños del acorazado Bismarck. Aquí recuerda su carrera contra la muerte, desde las ardientes profundidades del buque hacia el interior de las hostiles aguas del Atlántico.

"Me encontraba solo de pie en lo alto de la torre central de 150 mm de babor, examinando el océano desde el acorazado alemán Bismarck. Lejos hacia el horizonte, el crucero británico Dorsetshire se movía lentamente con la popa dirigida a mi posición. Sus cañones permanecían silenciosos, pero como iba a descubrirse estaba preparando para lanzarnos su último torpedo. En el momento del impacto, la mar estaba brava, y el viento era frío. El averiado Bismarck iba escorándose más a babor, y la torre en la que me encontraba de pie estaba casi sumergida, con olas que ocasionalmente barrían la cubierta sobre el Aufbaudeck (nivel 1). Mi compañero durante la huida del buque, el teniente Friedrich Cardinal, un oficial artillero que había mostrado a Adolf Hitler la nueva dirección de tiro solamente 22 días antes, se había zambullido bajo las olas del Atlántico que rompían contra el acorazado, tras calcular cuidadosamente cuando tenía que realizar su salto para que las olas de 25 a 40 pies no pudieran arrojarlo de nuevo contra el barco. Tenía que asegurarme yo también que mi salto me alejara del barco. Echando una última ojeada a la escena que me rodeaba, noté que el nivel del agua cubría ya una tercera parte del camino entre la cubierta principal y el nivel 01: el Bismarck estaba tomando demasiada agua por su banda de babor. Salté al océano por entre las cañas de la torre central de 150 mm, que estaban orientadas hacia fuera con los cañones apuntando al Dorsetshire. Una vez en el agua, nadé alejándome del Bismarck hacia mi camarada. Para mi horror, la cabeza de Cardinal se hallaba recostada sobre el agua. Evidentemente, llevaba una pistola consigo con la que se suicidó. Me encontraba perplejo por como alguien que había sobrevivido a tan devastador y horrendo bombardeo podía quitarse la vida de esa manera, pero no tuve demasiado tiempo para reflexionar. Tenía que alejarme del acorazado que se elevaba sobre mí, o ser arrastrado hasta las profundidades por la poderosa succión originada por el hundimiento. El chaleco salvavidas se rasgó durante la huida, pero mi chaqueta de cuero me proporcionó calor y capacidad de flotación. Como el petróleo del buque cubría la superficie del agua, y su olor me revolvía el estómago, vomité violentamente tras haber ingerido algo. A medida que nadaba a lo largo de la banda de babor, pude apreciar el terrible castigo que el Bismarck había sufrido. Las cañas de los cañones apuntaban en todas las direcciones, y varios de los pequeños montajes de cañones estaban totalmente destruidos. Uno de los cañones de 380 mm de la torre "Dora" estaba hecho trizas por lo que parecía haber sido una explosión en el interior de la caña. El Bismarck escoraba lentamente y se iba hundiendo por la popa. Me hallaba a unos 100 metros de la popa por la banda de babor cuando se hundió camino del suelo del océano, unos 5.000 metros debajo. Una vez en el agua, me fijé que el crucero británico estaba aproando en nuestra dirección. Al final, fui rescatado por el Dorsetshire. Una vez que me encontré sobre la cubierta, me di cuenta de que me había convertido en un prisionero de guerra; aunque muy feliz de seguir vivo.

El viaje desde la torre central de 150 mm de babor en el Bismarck, hasta la cubierta del Dorsetshire estuvo llena de peligros y de gran tristeza. Incluso antes del ultimo suspiro de nuestro buque, la noche había sido muy larga en la central de control de daños, mi puesto de combate. Aviones procedentes del portaaviones británico Ark Royal habían lanzado sus torpedos contra nosotros, uno de los cuales impactó en la popa, averiando los timones y el sistema de gobierno del Bismarck. Unos buzos trataron de acceder al compartimento del sistema de gobierno, pero fueron obligados a desistir en su empeño por el oleaje que había en el interior. Todavía húmedos tras la penosa experiencia sufrida, los buzos expusieron la situación al segundo comandante, Hans Oels. Oels les respondió que si solamente tuviéramos el servicio de salvamento en manos de los submarinistas, estos tendrían que poder entrar allí. Los tubos del aire de los buzos habían sido apretados y retorcidos por los violentos movimientos del barco y el oleaje en los compartimentos de popa. Uno de los buzos tuvo que ser rescatado después de sufrir un envenenamiento por nitrógeno. Con la oscuridad cayendo alrededor del Bismarck, un intento de usar las hélices para gobernar el buque falló. Entonces, destructores británicos rodearon al acorazado, así que las piezas de 150 y 380 mm tuvieron que entrar en acción, forzando con lo cual el cese de todos los trabajos en el timón. El capitán de máquinas Emil Jahreis, oficial al mando de la central de control de daños, rompió el profundo silencio diciendo "A llegado el momento de pensar en nuestra patria!". "Si", le replicó Gerhard Sagner, el segundo oficial al mando, "Pensemos sobre todo en nuestras esposas e hijos!". Sagner bajó la cabeza sobre la mesa y el silencio volvió a reinar por unos segundos, hizo que la atmósfera volviera a la normalidad. El comandante Oels no dijo nada durante la conversación. Era el vivo retrato de la devoción por el deber; una sola mirada suya era suficiente para hacer que cada uno reanudara su tarea.

Cuando la última batalla comenzó a las 0847 del 27 de mayo de 1941, me encontraba en mi puesto de combate en la sección número XIV. El acceso vertical al puente de mando y la estación de control de incendios estaban localizados pocos metros más lejos. El capitán Jahreis y el comandante Oels permanecían de pie ante los monitores que mostraban que compartimentos habían sido inundados o estaban siendo achicados o inundados. Por el estallido de los impactos en el exterior, todos los presentes nos dimos habida cuenta de que el buque estaba recibiendo un terrible castigo. El oficial al mando ordenó a Sagner y a mi inundar un pañol de 150 mm de babor a causa de un incendio. Me opuse a ello, sin embargo, pues había hombres vivos en ese lugar. Sagner me explicó que si el pañol no era inundado, el buque podría ser destrozado por su explosión. Cuando retorné a la central de control de daños, me encomendaron la insensatez de continuar el registro de averías e inundaciones. El comandante Oels decidió que ya era necesario implantar la alerta cinco (Verseken, procedimiento por el cual el buque debe ser hundido y abandonado). Tuvieron que improvisarse medios de escape de modo que el personal que estaba debajo de la cubierta acorazada pudiera alcanzar la cubierta principal y con ello la seguridad. Oels escogió a varios hombres y se fue hacia popa entre las 0920 y las 0930 para advertir a todo el mundo que el barco iba a ser hundido. Esta decisión liberaba al personal de la central de control de daños de sus deberes. El capitán de maquinas Jahreis decidió marcharse, pero para evitar el caos entre nuestra cubierta (nivel 03) y la principal, prefirió hacerlo a través de los conductos de acceso vertical y de cables (conductos de comunicación) hasta el puente de mando, donde gracias a la protección del blindaje de 200 mm encontrarían algo de seguridad. El capitán Jahreis, Sagner y tres hombres más formaron una fila en la entrada a los conductos de comunicación. Sagner se volvió hacia mí y dijo "Ven conmigo". Pero le respondí, "No, me voy a quedar aquí abajo". Jahreis me miró con gran sorpresa, pero no profirió ni una palabra hasta que comenzó su ascensión. Les despedí con el saludo naval y desaparecieron por el interior del conducto vertical.

Tras su marcha, quedé totalmente solo. Miré incrédulo el panel de daños. El rojo, el color que indicaba las vías de agua, cubría por completo la banda de babor. El verde, para los lugares inundados, aparecía en los pañoles de babor proyectiles y pólvora de las piezas de 105 y 150 mm. El blanco, indicando que un sitio permanecía seco, sin inundaciones, mostraban la sala de generadores y varias calderas. Me vacié los bolsillos, me puse el chaleco salvavidas y me senté todavía unos minutos más pensando que hacer. Traté de abrirme camino a popa, pero un humo asfixiante, la oscuridad, inundaciones todo ello resultado de un impacto directo de un proyectil de grueso calibre de un acorazado británico me obligó a volver a mi puesto. De repente, el teléfono sonó en la central de control de daños. Me pregunté quien en este mundo podía estar llamando a este infierno. Cuando descolgué el auricular, el cuarto director de tiro [Kapitänleutnant von Müllenheim-Rechberg] preguntó "¿Quién es y donde esta el mando del buque? ¿Hay nuevas ordenes para mi que seguir?" Perplejo, me preguntaba que contestarle, pero le respondí "El segundo comandante y el oficial de control de daños han abandonado la central junto con el personal de la central. Yo debo hacerlo ahora. "Colgué el teléfono y me di cuenta de que alguien quedaba vivo allí afuera. No tuvo que haber sido tan malo después de todo, pero no obstante tenía que marcharme rápidamente.

Sobre las 0940, mis compañeros de comedor Erich "Fietje" Seifert y Heinz Moritz aparecieron en la central de daños. Habían estado conmigo a bordo del Bismarck durante el curso de adiestramiento en el astillero, y estaban familiarizados con la compartimentación del buque. Fietje permanecía mudo en camiseta, calzoncillos y descalzo. Me volví hacia Moritz y le pregunté si debíamos salir por el conducto de comunicaciones. Ninguno de los dos dijo nada pero entramos en el conducto para comenzar el ascenso de siete cubiertas hasta alcanzar el puente de mando. El ascenso a través del estrecho conducto fue una experiencia muy penosa. Los peldaños de hierro estaban soldados a la banda de estribor, y los cables de gobierno y abastecimiento eléctrico del buque se hallaban en la de babor. El espacio que los separaba era muy pequeño, así que ocasionalmente se me enganchaba el chaleco en los cables, y lo que es peor, como el Bismarck se iba escorando cada vez más a babor, lo que hacía aún más difícil la ascensión. Me pregunté sobre lo que me iba a encontrar cuando alcanzase lo alto del conducto. Oía el ruido increscendo de los proyectiles haciendo explosión, y echando un vistazo hacia arriba, vi luz donde no la debería haber! Me pregunté si el blindaje vertical de 350 mm de espesor que tenía que rodear esta posición había sido barrido. Apenas mis dos amigos acabaron de salir del conducto, cuando un proyectil explotó dentro del castillo. Una esquirla de metralla del proyectil golpeó e hirió mi hombro izquierdo. Estaba casi a punto de salir por la abertura del conducto en el suelo del castillo, cuando otro proyectil impactó contra la superficie exterior de este con un estruendo ensordecedor. Con el buque fuera de control, y atravesado a las olas, fui catapultado fuera del conducto quedando aturdido sobre la cubierta. Me quedé horrorizado ante lo que vi en el interior del puente. Todo el equipo de control y tiro del buque estaba destrozado, los escombros se amontonaban en dos pilas, a proa y a popa de la abertura del conducto. La cubierta intermedia que soportaba la central de dirección de tiro había desaparecido, y la cubierta del puente estaba resquebrajada. Una fina capa de polvo rojo cubría toda la cubierta, y a babor, las paredes verticales de 350 mm estaban totalmente desgarradas y llenas de agujeros. La puerta de babor había desaparecido, pero parte del marco permanecía en su sitio, permitiendo la salida. En la parte de proa de la banda de babor, la luz fluía a través de un boquete donde antes se encontraban la central de control de tiro y el telémetro.

Los proyectiles británicos continuaban machacando el Bismarck y creando más ruido del que yo pudiera haber imaginado nunca. Durante los minutos que permanecí aturdido sobre la cubierta, oí la voz familiar de mi amigo el teniente Friedrich Cardinal. "Bien, Slim ¿Te ha herido el proyectil?". Sorprendido de que alguien estuviera vivo en aquel puesto tan asolado, me levanté rápidamente. Moritz, que me había precedido tenía una herida en el pecho de muy mal aspecto. Seifert estaba también herido pero permanecía de pie sobre Moritz. Nos arrastramos bajo la abertura que había a babor, entre la cubierta del puente y la pared vertical. Entre los tres sacamos a Moritz y lo apoyamos contra una cuaderna del puente, tras lo cual, murió. Eché un vistazo al resto del buque para ver una destrucción total. Todos los instrumentos de navegación y de gobierno del buque habían desaparecido. A popa del puente de mando, a cada banda de la cubierta del puente superior, dos montajes de ametralladoras de 37 mm estaban completamente destrozados. Mi amigo Fietje perdió el control de sí mismo y empezó a correr alrededor del puente descubierto buscando una ruta de escape. Presa del pánico, saltó por encima del quitavientos de babor, sólo para quedar ensartado entre los restos de la grúa de los hidroaviones. Solamente Cardinal y yo permanecíamos en el puente. Opté por refugiarme contra la cuaderna de babor, pues el King George V, el Rodney, el Norfolk y el Dorsetshire continuaban disparando contra el Bismarck. La mayoría de los proyectiles caían sobre el puente de mando de proa, así que podía verlos venir y seguir sus trayectorias hasta el momento del impacto. Busqué nuevamente refugio a estribor, encontrándome con un capitán que estaba inmovilizado por serias heridas en las piernas se encontraba contemplando la devastación con el sutil interés de un profesional. La torre de control antiaéreo con su cubierta de lona blanca estaba asombrosamente intacta. El fuego lo quemaba todo alrededor, pero las ventanas del puente de mando del almirante estaban también intactas, aunque no vimos a nadie en el interior. Debajo y encima de este, sin embargo, los daños eran serios, con plataformas desgarradas y laterales despedazados por los proyectiles y la metralla. Buscamos protección en la banda de estribor contra los proyectiles pesados que estaban destrozando la de babor. La puerta de estribor del puesto director de proa permanecía abierta, pero no pudimos entrar de nuevo al puesto director por ese sitio. Me aventuré hasta la escotilla blindada (60 mm), que podía ver un tercio a popa de la dirección de tiro. El teniente Cardinal me contuvo diciendo No! No! No vayas allí!". Estas fueron las últimas palabras que dijo. Allí vi los cuerpos del capitán Jahreis y los cuatro hombres que se habían ido con él. Que suerte que retrasase mi escapada Los cinco habían sido abatidos por la explosión de un proyectil, justo a babor de la escotilla por la que salí minutos después.

Nos encaminamos a popa y fuimos hasta la dirección de tiro antiaéreo de estribor. Vi como un espeso humo negro con ocasionales llamaradas anaranjadas salía de entre la estructura de la chimenea. Las llamas fueron cubiertas por el denso humo negro expulsado por las calderas, que estaban siendo controladas automáticamente. Se habían notificado varios incendios de petróleo en la sala de calderas de proa, pero con la orden dada de abandonar el buque, todos los intentos de extinguir aquellas conflagraciones habían cesado. Seguían cayendo más proyectiles, así que me agaché tras el quitavientos de estribor. "Gas!" gritó alguien. En mi precipitación por ponerme la máscara antigás, olvidé desenroscar la cubierta de los filtros, así que casi me ahogo yo mismo. Sabíamos cuando cubrirnos porque podíamos seguir la aproximación de los proyectiles. Algunos pasaban a escasos metros sobre nuestras cabezas, generando en nosotros un espantoso, involuntario e incontrolable chillido, causado por el indescriptible terror de ser alcanzados por alguno de aquellos proyectiles que desgarraban el buque en miles de pedazos. En una ocasión, Cardinal y yo echamos un vistazo hacia proa. Echando una mirada furtiva sobre la batayola, vi que las cuerdas que sujetaban la lona que cubría la esvástica pintada en la proa habían saltado, dejando tan odiado emblema descubierto a la vista de todos. Sólo dos de los puntales de las cuerdas permanecían de pie. El asta de la bandera había desaparecido, junto con la ancla delantera y sus cadenas. Los cañones de la torre "Antón" descansaban sobre la cubierta principal. El escudo blindado posterior de la torre "Bruno" había desaparecido, y la torre se hallaba orientada hacia delante así que pude ver su interior. Al teniente Cardinal se le llenaron los ojos de lágrimas cuando observó la devastación de la parte inferior. Fue tiempo de cubrirse nuevamente, pues el Dorsetshire venía a nuestro encuentro con sus piezas de 203 mm. A babor, los acorazados lanzaron su andanada final, y los daños causados por sus proyectiles de 356 y 406 mm fueron terroríficos. Los proyectiles despedazaron las superestructuras y armamento, y removieron los escombros o los arrojaron por la borda. El capitán que había visto antes se había desvanecido, cuando un proyectil de un acorazado cayó en su zona de la batayola. Este impacto y quizás otros habían debilitado tanto la batayola de babor que ésta se derrumbó. Una vez los acorazados cesaron de hacer fuego, fuimos a la parte de babor del puente. Los escombros dificultaban el reconocimiento de la línea exterior del puesto director, así que teníamos que vigilar donde pisábamos a causa de los numerosos agujeros de proyectiles y metralla. Allí, encontramos refugio del fuego del Dorsetshire, el cual continuó hasta las 1019. Los acorazados habían cesado de disparar a las 1014.

Avisté una escala a babor de la parte delantera del puesto de mando al nivel de la cubierta superior del puente. Ayudé al teniente Cardinal a subirse, pero cayó instantáneamente a la cubierta inferior del puente. No resultó herido. Le seguí lo mejor que pude, medio escalando y medio saltando. Mirando a mí alrededor no podía reconocer nada. La superestructura había sido destrozada. La cubierta de teca estaba quemada. Los cañones de 105 mm se encontraban seriamente dañados, con uno completamente demolido. Incluso los accesos para las entradas a las calderas se hallaban en medio de los escombros. Intentamos bajar al Aufbaudeck sobre las 1025. Un grupo de hombres surgidos tras la torre "Dora" entonaron el himno nacional y gritaron tres veces "Sieg Heil" antes de saltar por la borda. Antes de mi zambullida en el océano por entre los cañones de 150 mm de la torre central sobre las 1030, eché un último vistazo a la devastación que me rodeaba. La chimenea estaba oculta tras un denso humo negro, pero vi numerosos agujeros en los lados. El hangar proel de babor para los hidroaviones estaba demolido, y sus restos esparcidos por la cubierta principal, donde los incendios continuaban quemando las partes de la cubierta de teca que todavía no estaban sumergidas. El teniente Cardinal saltó primero, sin ninguna palabra de despedida.

Yo me he prestado a describir mi huida del Bismarck y los daños que observé para que la posteridad pueda saber que ocurrió a bordo la mañana del 27 de mayo de 1941. Este fue un día de gran tristeza y pérdidas. Siempre recordaré los agujeros en el blindaje vertical de 350 mm del puesto director, y dudo seriamente de que algún miembro del mando del buque en el interior de aquella posición sobreviviese al bombardeo. Me siento muy afortunado de haber sobrevivido, y les estoy muy agradecido a mis colegas británicos por haberme rescatado."

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